Primero, a nivel medioambiental, constatamos hoy que
la industrialización tiene efectos como el recalentamiento global del clima, la
deforestación, la desaparición acelerada de numerosas especies animales y vegetales
que reduce la biodiversidad, etc. Paralelamente, el uso creciente de los stocks
de materias primas como petróleo y minerales está agotando las fuentes de
recursos energéticos, lo que demanda una nueva política de “transición
energética” hacia energías renovables y limpias que no se agoten, es decir
sostenibles. Este concepto implica asumir que “las personas son la
verdadera riqueza de una nación”. Esto constituye un gran avance en relación
con la visión tradicional del Desarrollo. Por esta razón el PNUD ha diseñado el
Índice de Desarrollo Humano (IDH), para tener datos más confiables y
pertinentes para programar las iniciativas de desarrollo social. Este índice
mide tres parámetros que son: vida larga y saludable, educación y nivel de vida
digno. Pero, cuando mejora el Índice de Desarrollo Humano de un país, cosa que
es buena, empeora la huella ecológica de dicho país, luego la de la humanidad
en general, cosa que es mala, y compromete a largo plazo el “bienestar”
alcanzado a costa de la habitabilidad del planeta (no podemos tener por mucho
tiempo una mejor vida en un planeta que empeora). El desarrollo actual es pues
contradictorio, puesto que hace depender el llamado progreso humano de un
empeoramiento ecológico: este es la definición de desarrollo insostenible.
(François Vallaeys, 2013, Somos Insostenibles, UADY) Recuperado de: Link
En otras palabras, es
la situación en la cual la sociedad como tal tiene un desarrollo o crecimiento
exponencial en el cual el consumo de materias primas se incrementa y no hay restitución óptima de los mismos, lo que
ocasiona un desbalance en la regeneración de los recursos naturales y el agotamiento de los mismos.
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